Volviendo, tras algo más o menos de un mes de ausencia, hago un alto en el arte del estudio para echarle un vistazo al arte de la contemplación, mi verdadera vocación. Con un sabor a humo y un olor a 'soul', 'funky', 'jazz' y 'rap', me sumerjo, embutido en mis gafas, en mi nueva arma de destrucción masiva: mi portátil. Munición, a saber: youtube, eMule y pilas y pilas y pilas de desordenados apuntes a los que su caos guarda en el fondo de mi impaciencia por perderlos de vista. Una de mis innumerables y utópicas desdichas, de mis oscuras frustraciones... de mis deseos pendientes, en cuatro palabras.
Y héteme aquí, bajo estos ilustres harapos, dando palos de ciego para descifrar las señales del cielo, más ocultas esta fría noche por la pálida neblina que cae sobre nosotros como bendición divina, convirtiendo cada calle en una postal, cada farola en una luciérnaga... y cada esquina en una pantalla del 'Silent Hill'. Y la Luna... ¿qué más decir de la Luna que no hayan dicho ya sus aterciopelados amantes? Solitaria, amada, deseada y dueña de nuestro coma diario, convertida en un punto de inflexión entre el húmedo humo que nos cala los huesos a sangre fría.
¿Cuál era el fin de mi regreso? Mi regreso en sí, cual Superman, cuya mera presencia es noticia de primera plana, con foto en picado y fundido en negro antes de la caída del telón, vagando entre almas perdidas, buscando una respuesta a seres inferiores, desbordados por su propia existencia, amedrentados ante el varias veces inexplorado universo de las relaciones humanas, saliendo a la calle, caminando sobre su propia y melancólica banda sonora original, mostrándose ausentes ante aquello que les hace sentir indiferentes: el esfuerzo del cambio para mejor. Sometidos a un cómodo síndrome de Estocolmo tan alargado como alargada es la sombra que vela por ellos... la sombra que utilizan para cobijarse.
Superman no es Superman sólo por nacimiento, sino también porque nuestra infelicidad, nuestra falta de conciencia, moral, ética, solidaridad... nuestra patética escala de valores, bien suplida en su mayoría por un irascible miedo (como si enseñando los dientes pudieramos defendernos de cualquier bala, espada o factura de teléfono); con todo esto, convertimos a Superman en único, más por deméritos propios que por méritos paranormales. Es por ello que tememos a quien no muestra temor, ni odio, ni tensión... pero, curiosamente, somos indiferentes a quien no siente amor.
Amigos míos, Superman ha vuelto. Y, esta vez, vuelve para quedarse.
2 comentarios:
Sorprendente y bueno... me gustan mucho los tiempos que marcas en tu narración, alternando esa ironía tuya con un atisbo de fe que cálido se filtra a medida que avanzas en el escrito.
Brillante nene, y muy acertadas tus metáforas... consigues crear un género propio, cómo llamarlo... el "auto ensayo tragicómico" ???
Es una pena que al fin y al cabo Supermán sólo fuera un soñador alejado de la realidad, al menos Batman es brutalmente terreno y humano (y oscuro, y vengativo, y rencoroso, y podridamente rico...)
uh, hola...
...aburrida de estudiar he hecho un inciso para leer un poco tu blog, creo que lo hare mas a menudo (cada vez me aburro mas) y asi evito estudiar ¿tanto?.
adeu nen
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