Cuando
el fantasma de tu voz avinagre mis dulces silencios.
Cuando
cesen los tambores que celebran con quejido el alba.
Cuando
apacigüe la sal la sangre de un latir tan violento
Y caiga
en el olvido la danza con la que bailé tus aguas,
Volveré
a la batalla, espada en mano, escudo raído,
Con la
armadura de oro pendiendo de un hilo,
Ese
último hilo de vida que rasgué de tu pelo
Y que
da aliento al pulmón con tu sólo recuerdo.
Y no es
esperanza, sino anhelo, lo que me invade,
Esperanza
de no volver a andarme en tus caminos,
El
anhelo de la virtud que en tus manos tornó infame,
El
deseo que torne mi amarga sangre en dulce vino
Y que
alimenten mosquitos, antes que gusanos, de mi cuerpo,
Y que
devoren ya mi ser en nombre del infalible tiempo,
Que no
es por corazón roto, sino por corazón ennegrecido
Por lo
que me encomiendo esta noche a la pena y al olvido.
Y
quisiera mil pedazos
Del
crepitar de mi pecho,
Pero
jugando con los cachos
Volviose
mi corazón negro.
Y
quisiera valentía
La de
hoja al viento blandida.
Y
quisiera… Quisiera tantas cosas
Que
quisiera en ti perder la vida.
Quisiera
el rubor en mis ojos llovido,
El
rubor de no echarte de menos,
Pero
hace tanto ya que no nos vemos
Que hoy
hace tarde de estar contigo.
En
frágiles palabras escondida,
Tristes
emociones enmascaradas
Que por
verse mal abordadas,
Acaban
de muerte heridas.
Cartas
arriba, juego en la mesa,
Recular
hasta morir de envidia.
“¿Quién
manejara tanta franqueza?”
Y muere
en pudor y vergüenza
La que
fue mujer y hoy, niña.
Gonzalo J.
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