Un barra de soledad compartida;
una taza de negra esperanza
con que aliñar mi vida
y tragar mis añoranzas.
El ruido de la calle...
el ahogo de la cafetera...
y gente esperando que no falten
esos a los que esperan.
La tele, el humo y esta charla,
mi copa, que aún estoy por pagarla.
La gente que viene y va,
salen y entran sin cesar...
Las colillas que decoran la barra.
Aquél que entra a pedir
por el bien de su familia;
un alma errante por vivir
que bajo sus pies camina.
Fábulas de oficina,
sueño ahogado en carajillo,
el olor de la tortilla
a la hora del pitillo...
La estrecha inmensidad
del pueblo en el que vivo...
La dulce oscuridad
de mis fastidios...
Mi casa, mi calle y mi barrio...
los ojos que velan por mi suerte...
la madre que se muere de quererme...
el padre que no entiende mis poemas...
mi cama... mi perro... mis maletas...
Un Dios que no creció,
otro hermano que voló...
y fotos de una vida pasajera.
Allí todos me esperan a la puerta...
imaginando mi aire entre la niebla...
La mujer que no tendré...
idiomas por aprender...
las marcas de mi vida ahí fuera.
El Dios que no nació...
el Mesías que nunca habló...
el niñó que guardó...
su sonrisa en la cartera.
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