Día 11 de julio del año 2006. Hace cuatro días desde que empecé a sentirme como un: estúpido, imbécil, fracasado, perdedor, inoperante, inútil, torpe, hundido, frustrado, sin rumbo a la deriva... Siempre he mirado al futuro como si fuese una hoja en blanco, pero, lo que antes podía ser una virtud, hoy es una agonía inmensa, porque mi futuro está en blanco porque no sé qué haré mañana, y tan negro... por lo mismo.
No tengo nada, aunque siga mariculado en una carrera de la que ya había decidido despedirme. No hay vuelta atrás, pues es la decisión que creí correcta tomar: no más pérdidas de tiempo yendo donde no me interesa, ni me siento a gusto, ni donde nunca he querido estar. Si un deseo no se hace realidad, lo mejor es volver a la realidad lo antes posible.
No digo que naciera para perder, pero quizá sí para llevarme palo tras palo y, así, pensar que el día de mañana no será peor que hoy, sino igual, mejor o, simplemente, distinto.
Tampoco voy a decir que estoy cansado: me queda mucha vida por delante, mucha mierda por tragar y la otra mejilla también.
Y tampoco pensaré que estaría mucho mejor muerto, o en otro sitio. Muerto, al menos, seguro que no. ¿De qué me serviría? (Los más fanáticos estarán pensado: "Este gilipollas no sabe lo que es la muerte..."; ellos tampoco). Pues no serviría para nada más que para armarme de valentía y cometer un acto cobarde.
Pero lo que sí diré, porque es cierto, es que nunca en mi vida me he sentido tan perdido, tan frustrado y tan solo. Ahora que miro de otra forma, veo que los demás sí tienen cosas que hacer, y yo no; sólo sudar y llorar. No me queda ánimo ni para cumpleaños, fiestas, copas, cañas, cafés o unos pastelillos después de comer. Así que me iré con mi hundimiento a la cama pensado, como aquel directivo de FedEx que se quedó durante cuatro años solo en una isla, "¿Quién sabe lo que traerá mañana la marea?".
No hay comentarios:
Publicar un comentario