lunes, 12 de septiembre de 2005

¿A qué huele la infancia?

Son las diez y media pasadas de la noche y vuelvo a estar tecleando sin sentido alguno para pasar el tiempo. Quedan diez días exactos para mi cumpleaños. 21 el 22. Qué cosas tiene la vida. Y otra vez pensando sobre qué habrá hecho mi padre, en esta vida o en otra, para que se le castigue así. Una operación de corazón es dura. Dos ya son demasiado para un corazón tan débil, porque detrás de esa presencia de persona mayor, exigente, malhumorada, hay un corazón muy débil, y también muy grande (tanto en el plano físico como en el metafórico). Es una persona que exige más de lo que uno puede dar, pero también ayuda más de lo que se pide, llegando a dejarte a un lado para solucionarte tu propia vida. Pocas quejas tengo de este hombre. Quizá sólo una, y me la reservo para mí.
Pero también es cierto, tan cierto como que nunca un párrafo debe empezar con una conjunción, que ya es poco más de un año de mi vida sin levantar cabeza, por unas cosas o por otras. Recuerdo cuando era feliz, cuando era inocente... cuando era un niño y cada día era diferente. Me acuerdo de esas tardes enteras tirado en el suelo jugando, tanto solo como con mis hermanos, mi madre o mi padre. Esos días de lluvia en que me ponía las botas saltando de charco en charco. Esos espaguetis con los que me manchaba hasta la nuca. Esas veces que clavabas las rodillas en el suelo y no dolía. Y es que recuerdo mi infancia más que la razón que me ha empujado a escribir esto. Una infancia que huele a nuevo, al cloro de la piscina en la que "aprendí" a nadar. Y, más tarde, ese niño se conviertió en chico para que, en un futuro que espero no esté muy lejos, se convierta en hombre (sin necesidad de otra operación). Y es que ya me estoy haciendo mayor, creciendo a saltos entre suspensos, hospitales, siestas y viajes en metro, y sigo siendo el mismo crío que le robaba besos a su madre, miraba llover a través de la ventana y le daba vértigo mirar las estrellas buscando Saturno, aunque ahora me acompañe un cigarro de la mano.
Pero mañana, pasado y al otro, seguiré preguntándome lo mismo: ¿Dónde voy? ¿de dónde vengo? ¿qué siento... y qué debería sentir? ¿a qué huela la adolescencia? ¿y la madurez?
¿A qué huelen mis miedos?

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